domingo, 18 de febrero de 2018

COMENTARIO ARTE BARROCO EN ESPAÑA



EL TRIUNFO DE BACO

Nos encontramos ante una obra de Diego Velázquez, pintor español, perteneciente al estilo barroco. Se trata un cuadro realizado en óleo sobre tela que mide 165,5 x 227,5 cm. Posiblemente sea una de las obras de Velázquez más famosas y reproducidas.

Esta obra es la primera de tema mitológico que pinta Velázquez, instalado en la corte desde 1623. Hasta entonces sólo se le conocían bodegones, escenas religiosas y ­retratos.

La temática y el propio formato de la obra revelan nuevas ambiciones en el joven artista, seguramente estimuladas por el conocimiento de las colecciones reales y, posiblemente, por la influencia de Rubens, a quien trató durante la segunda estancia de éste en España, en 1628-1629. La influencia de Rubens dio lugar a que comenzara a abandonar el tenebrismo de su primera etapa sevillana y a que su paleta ganara en variedad de tonos. De esta primera etapa madrileña destacan obras como la comentada, los primeros retratos de la Corte (Felipe IV) y los primeros bufones. Se ha supuesto que el tema mitológico y el aire divertido de la obra fueron sugeridos por Rubens, en aquellos momentos en Madrid.

La única fecha segura respecto al cuadro es 1629, cuando se le paga a Velázquez por éste y otros cuadros pintados «para el servicio del Rey»; ello nos da, pues, una referencia ante quem, probablemente 1628. A partir de 1636 se sabe que colgaba en el dormitorio del rey, en su cuarto de verano. En los inventarios antiguos aparece citado como «el cuadro de Baco» o «el triunfo de Baco» y en uno de 1666, en el que intervino Mazo, yerno de Velázquez, como «una historia de Baco coronando a uno de sus cofrades». Los borrachos es el nombre que le puso el pueblo de Madrid cuando pudo contemplarlo a partir de 1819 en el Museo Real.

Para la ­crítica de los siglos XIX y XX, este nombre resultaba acertado, puesto que era unánimemente considerado una escena de género y una muestra de la actitud burlesca de los españoles hacia el mito clásico. Ponz, Ceán Bermúdez o Beruete ejemplifican esta actitud. Otros autores como Justi se inclinaron por considerar la escena como una representación del mito clásico, aunque desde una perspectiva naturalista. Para Orso (1998), "Los borrachos" encarna una alegoría política, derivada del hecho de que Baco fue considerado por numerosos autores contemporáneos, como el padre Mariana, fundador de la monarquía española. Esta tradición tiene su origen en los falsos cronicones de Annio de Viterbo, publicados a fines del siglo XV y sumamente populares en España.

Más recientemente, Lleó (1999) ha matizado esta interpretación sugiriendo que se trata de la coronación de un poeta. En efecto, numerosas fuentes antiguas consideraban a Baco protector de la poesía lírica, que coronaba a sus seguidores con hiedra, como en el cuadro. Sin forzar excesivamente su sentido se podría interpretar "Los borrachos" como una alegoría de la protección dispensada por la Corona española a la creación artística, en un momento en que Velázquez acababa de ganar el concurso para la pintura de "La expulsión de los moriscos", provocando la hostilidad de sus colegas. Hay bastante unanimidad sobre las fuentes de inspiración de Velázquez, entre ellas Martin S. Soria destacó una estampa del holandés Jan Saenredam, a su vez inspirado en el Baco de Miguel Ángel, y, para el grupo en torno al dios, Diego Angulo señaló "La bacanal" de Tiziano. Se conoce una copia del siglo XVII, pero realizada en temple, en el Museo Nazionale di Capodimonte (Nápoles); existen otras copias parciales, sobre todo del borracho con sombrero, pero parecen tratarse de pastiches tar­díos. El cuadro sufrió daños en los bordes durante el incendio del Alcázar Real, en 1734.

En 1628 España se encuentra ya en la guerra de los Treinta Años, bajo el reinado de Felipe IV, que abandona el poder en manos de sus validos.

Antes de emprender su primer viaje a Italia, Velázquez realiza la que sería su primera obra de trasfondo mitológico, titulada “Los Borrachos” o “El triunfo de Baco”, que fue pagada en julio de 1629, y debió pintarse en la mitad de ese año. Por tanto, entraría en la primera estancia de Velázquez en la capital española. El pintor sevillano demostró que no sólo era capaz de realizar cuadros de historia.

Este lienzo del Real Alcázar pasó al Palacio del Buen Retiro tras el incendio de 1734, y de allí al Palacio Real. Actualmente se encuentra en el Museo del Prado desde 1819.

Indudablemente, la plasmación de este tema mitológico implica un estudio y una cercanía con la Antigüedad. Destaca la ya mencionaba piel “marmólea” del dios, la cual demuestra que el conocimiento por la escultura griega era latente. Se trata del primer tema mitológico que pinta este autor; la misma temática nos recuerda al pasado griego, ya que el dios representado es Dionisos (Baco latino). La obra, a pesar de todo, tiene un marcado carácter naturalista (sobre todo los personajes de la derecha), lo que demuestra también una sensibilidad especial de su época. La influencia de Rubens (amigo del autor), se plasma en las figuras, además del desnudo, por el contorno más voluptuoso del cuerpo de los personajes. También podemos encontrar una influencia de Caravaggio, en cuanto al juego de sombras.

En este cuadro se distingue a Dioniso, dios del vino, que con la embriaguez libera temporalmente a los hombres de sus problemas, y que tiene un enorme peso como dios individual. Lo veremos siempre con sus atributos más comunes, siendo estos los tirsos, las hojas de hiedra, pámpanos o pino, pero, sobre todo, los instrumentos musicales; lo normal es que sean instrumentos de viento, como la siringa (flauta del dios Pan), o auloi (doble flauta) y también instrumentos de percusión, como los címbalos (platillos pequeños), o los crótalos (castañuelas). En este caso, Baco aparece coronado, y a su vez coronando a otro personaje con hojas de hiedra, quedando ausentes los instrumentos musicales.





Velázquez representa a Dioniso un poco desplazado hacia la izquierda del eje vertical central del cuadro, coronando, como ya se ha mencionado antes, a otro personaje que se encuentra en escorzo, agachado, introduciendo una línea diagonal que continúa por los pliegues de una capa del suelo y por el brazo y la cabeza de Baco.

La escena puede dividirse en dos mitades: la izquierda, con la figura de Baco muy iluminada, cercana al estilo italiano inspirado en Caravaggio, y la derecha, con los borrachines, hombres de la calle que nos invitan a participar en su fiesta, con un aire muy español similar a Ribera. En esta obra, Velázquez introduce un aspecto profano a un asunto mitológico, en una tendencia que cultivará aún más en los siguientes años.

Está sentado, y se cubre con lo que parece ser una túnica de un tono rosáceo y otra blanca, dejando el torso desnudo. Tiene un color de piel mucho más claro que el resto de los personajes de la escena, recurso que ha utilizado el pintor para que podamos identificar sin ninguna duda qué personaje es el que representa a la divinidad. A pesar de estar coronando a un hombre, el dios dirige su mirada hacia la izquierda, aparentando no prestar atención a la acción que realiza. Además de esto, cabe destacar que Velázquez ha idealizado el rostro de Baco, contrastando con el resto de figuras, pues éstas poseen un rostro desgastado por los años y se representan pobremente vestidas.




Al lado del dios (a la izquierda según miramos) encontramos nuevamente una figura en escorzo, esta vez recostada, que contempla la escena principal del cuadro. Éste aparece también coronado, por lo que podemos deducir que es un semidiós o un efebo.



Además de estos tres personajes, encontramos a otros seis, de los cuales cinco se sitúan en un plano posterior al de Baco y la coronación. Dos de estos personajes (los situados al lado del dios) se muestran totalmente embriagados; incluso uno de ellos sonríe al espectador invitándole a beber, personaje que, por cierto, nos recuerda a la obra “Demócrito” de Ribera. El que podemos numerar como un sexto personaje es el que se encuentra totalmente a la izquierda de la obra, casi en penumbra. Este misterioso sujeto, del que no podemos advertir el rostro, se encuentra en un primerísimo plano. Velázquez se valió de este personaje para utilizar la técnica del repoussoir, ya que con él consigue retrasar el resto de la composición.



Dejando a un lado los integrantes de la escena, en el suelo se puede observar unas jarras tratadas con un excepcional naturalismo, cuyos brillos y texturas nos recuerdan a la etapa sevillana del pintor.



El pintor sevillano coloca a los personajes en una especie de ‘friso’, a la vez que juega con diagonales y escorzos en primer plano; esto nos hace descubrir cierto abigarramiento en la colocación de los personajes. Pero se puede apreciar como una solución compositiva que hasta el momento no se había experimentado en la Corte.



La posición de los personajes fue determinada por medio de gruesos contornos realizados con amplias pinceladas, que aparecen alrededor de las figuras a modo de halos (podemos observarlo debido a que este lienzo nunca ha sido reforzado, por lo cual las pinceladas casi conservan la misma frescura que en su primer momento), aunque debemos decir que el personaje que aparece en el ángulo inferior izquierdo y el hombre que se está quitando el sombrero en la esquina superior derecha fueron añadidos posteriormente.



Velázquez no recurre totalmente al clasicismo para crear esta obra, pues introduce elementos contemporáneos de la época, y al mismo tiempo, elementos antiguos; con esto podemos decir que trata el tema mitológico de manera terrenal.

En cuanto a la interpretación, podemos decir que, lejos de ser la representación de una vulgar escena de borrachos, puede reflejar el momento de la coronación de un poeta.

Algunos historiadores del arte han considerado que quizás el personaje que está siendo coronado no es realmente un poeta, sino un pintor, teniendo en cuenta el lema horaciano “ut pictura poesis” ya que ambas comparten el mismo proceso creativo.




Inicialmente, esta obra aparece citada en diversos documentos como “El cuadro de Baco” o incluso como “Una historia de Baco coronando a sus cofrades”. Pero su nuevo título no nos desvela nada más que los anteriores, pues dicho cuadro ha sido considerado como un típico ejemplo de los españoles en el Siglo de Oro.

Esta es la primera obra del pequeño grupo de pinturas mitológicas de Velázquez. A nosotros únicamente nos han llegado seis obras mitológicas.

El tema del “triunfo de Baco” lo podemos ver representado desde el Clasicismo, pudiendo encontrar una enorme cantidad de representaciones (por ejemplo en mosaicos, tanto con uso decorativo como funerario) en el siglo V d.C.

Una vez en Italia, en 1629, sabemos que el pintor sevillano estuvo en Génova, Venecia, Roma, Ferrara y Cento, regresando a Madrid nuevamente en 1630. Pero no dudamos de las influencias que trajo de su estancia en tierras italianas.

La década de 1630 es la de máximo esplendor de Velázquez, pues realizó una enorme producción de retratos reales, retratos a personajes mundanos, temas religiosos, temas mitológicos y de literatura, entre los que destacan “La túnica de José”, “La fragua de Vulcano” y paisajes como la “Vista del jardín de la Villa Medici en Roma”.

La túnica de José

La fragua de Vulcano

Vista del jardín de la Villa Medici de Roma



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